Existe una costumbre implantada en muchos países de tradición islámica, que cuando una persona que no es musulmana entra en el Islam y lo acepta como nueva religión, se le informa que debe cambiar su nombre por uno árabe, como si el hecho de tener un nombre no árabe supusiese algo incompatible con la nueva fe que acaba de aceptar.
Esta norma social -que no religiosa-, no tiene fundamento en el Islam. Prueba de ello es que ninguno de los Compañeros del Profeta, aquellos que conocieron al Mensajero y aceptaron el din del Islam, cambiaron su nombre. Abû Bakr - que era su apodo, ya que él se llamaba 'Abdullâh -, 'Umar Ibnuljattâb, 'Uzmân, Alî, Jubaib Ibnu 'Adîy, Salmân el persa, Bilâl el abisinio... se llamaban así antes del Islam y, tras aceptar su nueva religión, no recibieron ningún tipo de orden por parte del Profeta para cambiar sus nombres.
Cuenta 'Âishah, la mujer del Profeta -que Allâh esté complacido con ella- lo siguiente: "El Profeta ordenaba cambiar los nombres desagradables, repulsivos" (Transmitido por Attirmidîy). Un ejemplo de ello lo encontramos en el hecho siguiente. En una ocasión, el Profeta preguntó a una persona por su nombre. Ésta le respondió: "Me llamo Guerra". A lo que el Profeta le dijo: "No. Ahora te vas a llamar Paz".
Existen muchos hadices en los que se nos muestra cómo el Profeta ordenó a varias personas cambiar sus nombres, bien por su carga peyorativa, bien porque era denigrante para la persona o bien por si el nombre comprendía algún significado contrario a las enseñanzas y principios del Islam.
Sólo, y únicamente en dichos casos, la persona está obligada a cambiar de nombre. Si no es así, lo suyo, es que cada persona que acceda al Islam mantenga su nombre, ya que ello, además, implica un respeto para con las personas que se lo pusieron, es decir, su padre y su madre.