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SOBRE LA PURIFICACIÓN ESPIRITUAL Y LA FELICIDAD

La purificación del alma o ego humano (nafs)


Otro de los grandes fines que el Corán busca realizar en el ser humano es la purificación de su alma. Esta esencia establecida en el ser humano y dispuesta por Dios, es denominada en árabe como (nafs), aunque, según el contexto, suele traducirse por: alma, ego, psique, u otros términos similares.


El ego humano, por concepción natural (fitrah), no es malo ni es bueno en sí mismo, sino que, simplemente, vive en un continuo tira y afloja entre dos cosas: cumplir con aquello que es de la complacencia de su amado, su Señor – y, que como hemos dicho, redunda en su propio beneficio – o en dejarse llevar por su pasión.


Las obras que lleva a cabo la persona cuando se deja aconsejar falsamente por su pasión, suelen ir engalanadas con el traje del disfrute y el placer de lo sensible, es decir, aquello que produce goce en el ser humano a través de los sentidos. Sin embargo, del mismo modo en que este placer es dulce e instantáneo, es igualmente fatuo y fugaz. Por ello, nuestra alma siempre nos pide más, pues es insaciable de lo sensible y, si no se la educa, acaba enganchándose a esos placeres para sentir, así, ese goce continuo de lo sensorial.


Por desgracia, mucha gente piensa que es feliz cuando se encuentra sumido en un estado perpetuo del placer de lo sensible, de lo sensorial, de los sentidos. Sin embargo, la experiencia misma nos enseña, que una cosa es el placer y, otra bien distinta, la felicidad. Esa felicidad únicamente puede conseguirla el ser humano si busca en su interior y no en su exterior. Si queremos saborear en nuestra vida algún tipo de felicidad, debemos ahondar en lo más profundo de nuestro fuero interno, pues la auténtica felicidad no depende de agentes externos, sino de internos. Aquel que se engañe a sí mismo o se deje engañar pensando que obtendrá “la felicidad” sosteniéndose sobre agentes externos – más aún si se trata de lo sensorial –, que sepa, que aquello a lo que él llamará felicidad, no será más que erráticas sensaciones de un placer que, nada más empezarlo a sentir, se le estará escapando de las manos.


Nunca debemos olvidar que la felicidad es un estado (hâl) y no una estación espiritual (maqâm) que exista o a la cuál debamos aspirar; otro asunto bien diferente, es que sintamos felicidad y bienestar cuando alcanzamos y experimentamos un determinado estadio espiritual. No obstante, una de los cometidos más hermosos que puede plantearse la persona en esta vida, es la de ser feliz y hacer felices a los demás.


Estos placeres sensibles de los que hablamos son fruto de nuestra condición animal; sin embargo, no por ello son malos. Lo único que hace el Islam es enseñarnos a guiarlos y encauzarlos para que no se conviertan en el fin de nuestras vidas, es decir, no dejar que estos placeres se entronen en nuestro corazón y, consecuentemente, devengamos esclavos de lo placentero. Y decimos placentero y no sensible, pues aquello que causa placer en el ser humano no procede únicamente de los sentidos o lo sensible, sino también del espíritu.


Nosotros no sabemos qué es lo que realmente nos beneficia; y aun conociéndolo, no son pocas las ocasiones en que, conducidos por la ignorancia y terquedad de las pasiones y deseos que de nuestro ego emanan, nos vemos arrastrados a cometer actos ilícitos e impropios de gente creyente. De ahí, que una de las características más destacadas del ego, es su eterno e imperecedero deseo de vivir en la satisfacción. En esta empresa, el ego siempre busca el camino más rápido y fácil y, para ello, emplea todas las argucias posibles, aunque ello le acarree a la persona perjuicios a corto o largo plazo.


Por el contrario, el ego humano detesta lo difícil y aquello que precisa de tiempo; rehúye cualquier tipo de perjuicio, daño, dolor o algo que no vaya acorde con su cometido de alcanzar aquello que le ayude a adquirir la satisfacción y el gozo que su ego le demanda en todo momento. Sobre todo, lo que nunca desea el ego, es el sometimiento a órdenes ajenas, es decir, a mandatos que no surjan de sí mismo. Únicamente lo hace, cuando estas órdenes concuerdan con lo que sus pasiones y deseos le dictan. Dios nos habla en el Corán sobre la verdad de esta esencia humana diciendo lo siguiente: ﴾ ¡Por el alma (nafs) y Quien la ha dado forma, * y ha dispuesto en ella su propensión al pecado y al guardarse de Dios. * Bienaventurado será quien la purifique; * decepcionado quien la corrompa. ﴿(sura 91 “el sol”: 7 – 10).


El alma del ser humano –por la configuración que Dios le ha dispensado–, es propensa tanto a hacer el bien como a hacer el mal. Por ello, lo que busca el Islam a través de su disciplina estructurada en base a unas normas y preceptos determinados, es la purificación del ego humano (nafs) y, consecuentemente, educarlo para que sea propenso a hacer el bien, más que a hacer el mal. Pues, tal y como hemos citado anteriormente, por mucho que el ser humano purifique su ego (nafs), éste le continuará susurrando para caer en lo vedado y, así, el ser humano tropiece y caiga en cualquier momento en las redes maquinadas por su propio ego.


El Corán nos muestra como Dios envió al profeta Mujámmad – entre otras cosas –, para purificar el ego o el alma de los seres humanos: ﴾ Dios ha agraciado a los creyentes al enviarles un mensajero (el profeta Mujámmad) salido de ellos, que les recita sus aleyas, les purifica, y les enseña el Libro (al·kitâb) y la sabiduría (hikmah). Antes estaban, evidentemente, extraviados. ﴿ (sura 3 “la familia de Imrân: 164). Y dice: ﴾[Dios] es quien ha mandado a los gentiles un mensajero salido de ellos, que les recita sus aleyas, les purifica, y les enseña el Libro y la Sabiduría. Antes estaban, evidentemente, extraviados.﴿ (sura 62 “el viernes”: 2).


El Islam busca materializar en toda persona, dos tipos de purificación: una mental y otra espiritual, para que así, las obras humanas vayan conformes a la moral, la justicia y la buena acción. Por ello, el hecho que una persona pueda – aunque sea mínimamente – purificar su ego de algún tipo de inmundicia moral, espiritual y/o mental, ello se considera una gracia de Dios concedida a esa persona: ﴾¡Creyentes! ¡No sigáis los pasos del demonio! A quien sigue los pasos del demonio, (que sepa que) éste le ordena lo deshonesto y lo reprobable. Si no fuera por el favor de Al·lâh y su misericordia para con vosotros, nunca habría purificado a ninguno de vosotros. Pero Al·lâh purifica a quien él quiere.Al·lâh todo lo oye, todo lo sabe. ﴿(sura 24 “la luz”: 21).


El Corán no deja de recalcar que el hecho de que el ser humano se purifique, es algo que redunda en su propio beneficio: ﴾ nadie cargará con carga ajena. Y si alguien, abrumado por su carga, pide ayuda a otro, no se le ayudará nada, aunque sea pariente. Tú (Mujámmad) sólo debes advertir a los que tienen miedo de su Señor en secreto y hacen la zalá. Quien se purifica, se purifica, en realidad, en provecho propio. ¡Es Dios el fin de todo!﴿. (sura 35 “el Originador”: 18).


En conclusión, lo que busca el Islam con la purificación de la persona, es que se implante en su corazón las mejores virtudes y las más bellas cualidades dignas del creyente, como, en lo referente a Dios: el guardarse de Dios, la sinceridad, la paciencia, la perseverancia, la introspección, el temor de Dios, la penitencia, el encomendarse a Dios, la rectitud, la meditación en la creación, el apresurarse en hacer buenas acciones, la lucha contra su propio ego, entregarse a Al·lâh,…

Y para con los seres humanos, las buenas cualidades como: la incitación al bien, la colaboración en las buenas obras, el buen consejo, ser justos con los demás, mandar lo que está bien y prohibir lo que está mal, cumplir sus obligaciones, reconciliar a la gente, el buen trato a los padres, el buen trato a los familiares, ayudar al necesitado, encargarse de los huérfanos, dar de comer al hambriento, gastar el dinero en cosas de provecho, ayudar al pobre, visitar y cuidar a los enfermos, ser cariñoso con los niños, sacrificarse por los demás, alejarse de las cosas corruptas, ser indulgente y amable, perdonar a quien a cometido una injusticia sobre él, ser modesto, salvaguardar los secretos, hablar educadamente, no insultar, no difamar, no engañar, no mentir, no robar, no transgredir la dignidad de nadie,… y todas las bellas cualidades que Al·lâh, a través de su mensaje, el Islam, ha pedido a todo creyente poner en práctica en su día a día.


Podríamos citar, no sólo uno, sino muchos más textos para cada una de estas buenas cualidades a las que invita el Islam, sin embargo, nuestro propósito en este libro es únicamente exponer, de manera genérica, el mensaje que predica y transmite el Corán.



Fuente: "De qué habla el Corán". Autor: Vicente M. Mota (Mansur).


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